Desde fines de los 80, Ral Veroni (Buenos Aires, 1965) viene desplegando una obra a la vez ecléctica y coherente. La diversidad de soportes y estilos se combinan con algunas insistencias temáticas, como el país, la política y la subsistencia personal, atravesadas siempre por un humor entre inocente y ácido.
Artista visual y poeta, desde sus comienzos, Veroni usó la calle para exhibir sus trabajos, cuya nota común suelen ser los cruces entre lo culto y lo popular. A continuación, recorremos en sus palabras las últimas décadas de intervenciones callejeras en Argentina.
por Alejandro Güerri y Fernando Aíta
Combatir la asfixia
Cuando empecé a estudiar Bellas Artes en el 84, la situación para alguien que empezaba a hacer arte era compleja en cuanto a poder acceder a las galerías de arte. Hoy quizá tampoco es fácil pero hay muchos más espacios. Veníamos de una situación social y artística anquilosada, de no innovar o de perseguir a los viejos vanguardistas. Mis posibilidades de difundir mi obra eran pocas, pero por supuesto tenía la necesidad de hacerlo. Entonces, me encontraba con que no había espacios alternativos para editar o hacer una muestra, tampoco -no se olviden- había Internet. Para combatir esa asfixia se me ocurrieron algunas estrategias de difusión alternativa: el poema escrito y fotocopiado que pegaba en las paredes, la serigrafía aplicada a soportes no tradicionales como los billetes fuera de circulación o los stickers, el sticker para intervenir afiches políticos, el graffiti, las plantillas.
Los referentes que conocía en ese entonces eran Juan Carlos Romero y Fernando “Coco” Bedoya. Ambos amigos que me invitaban, en mi carácter de poeta “under” a sus actividades. Romero desde el grupo Escombros y Coco con lo que llamó el Museo bailable. Ese museo era una idea sensacional. Coco y Emei, su compañera, convocaban a los artistas a una disco y en una sola noche todos exponían lo suyo: pintores, bailarines, actores, poetas, al cabo de unas semanas volvía a hacer lo mismo en otro lugar. También organizó una exposición de pasacalles pintados por artistas que después se colgaron alrededor del Spinetto. A partir de conocerlos a ellos me fue más fácil estructurar mis propias estrategias.
La calle como galería
El mundo del arte me resultaba acotado, especialmente en los 90, donde todo se limitaba a unas pocas galerías y centros culturales, con obras expuestas esperando la venta y no mucho más. No veía el fermento que podía encontrar en el mundo de la música, en el del graffiti o en el poema de barricada. Sentía que había un mal arreglo con la sociedad en el hecho de pintar recluido en casa y después eso llevarlo a una galería donde también los cuadros permanecían encerrados. Los espacios jóvenes en los museos los ocupaban gente de 45 años. La necesidad de exponer y de encontrar un espacio alternativo fue lo que me llevó a la calle.
Al día de hoy, me sigue gustando la intensidad que tiene ese espacio. Romper con el circuito y el canal obligado. El arte depende mucho de la legitimación y del lugar donde uno expone, quién te apoya, quién es el curador, etc. En la calle estás a la intemperie, estás fuera de cualquier centro de prestigio y llega un momento en que vivir sin un apoyo institucional lamentablemente juega en contra. Pero a los 20, 25 años, estaba encantado de que las cosas fueran así.
A mi queso me llamaron
Serigrafía sobre papel autoadhesivo perteneciente a la serie La muestra nómade.
11 x 8 cm. © Ral Veroni. Buenos Aires, 1990. Imagen gentileza Galería Mar Dulce.
La muestra nómade
Durante el 90 y el 91 empecé a pegar stickers alrededor de la ciudad. Eran serigrafías autoadhesivas que adhería en lugares públicos: teléfonos, baños, transportes, ascensores, puertas giratorias. Tenían formas definidas, como personajes de fábulas urbanas, con colores vibrantes, que llamaban la atención. Llevaba los stickers sueltos en la billetera y los pegaba al lado del timbre en los colectivos, que es el lugar por antonomasia para verlos antes de bajar. Era una forma de incorporar a la plástica la costumbre popular de los stickers de hacían las bandas de rock. A manera de catálogo, hice un álbum de figuritas con todos los diseños de La muestra nómade y también armé una libreta con el recorrido por fecha de dónde pegaba cada uno de los stickers. En un acto megalómano hice de la ciudad mi centro de exposiciones.
Un género rebelde
El graffiti me gusta como género rebelde. Cuando veo los graffitis de ahora y los comparo con los que yo hacía, me siento un artista del medioevo ante el Renacimiento. Los grafitis actuales son una maravilla.
Buenos Aires se reconoce como la meca del graffiti. Dicen que vienen muchos artistas del exterior porque la actual ley municipal les permite, mientras el dueño de la fachada lo autorice, a hacer un mural en cualquier momento del día. Ya no es un acto clandestino.
Hace 10 años atrás, cuando fue el boom de la plantilla, me llamaba realmente la atención la cantidad y la calidad y el hecho de que se editaran libros al respecto. Gente como yo o El Plan habíamos dejado de hacer plantillas hacía algunos años. Lo que había empezado como casos aislados se había convertido espontáneamente en un movimiento.
Grafitos neo-pompeyanos
El graffiti es una palabra inglesa que se adoptó como término global, pero la palabra en sí viene del latín y grafito es la forma en que se llamaba al graffiti en Roma. Pompeya tiene la particularidad que, al haber sido sepultada por las cenizas de un volcán, un género tan perecedero como el graffiti se conservó. Entonces, existe el testimonio de una ciudad romana llena de grafitis, pero lo increíble es que esas paredes expresan sentimientos que no son muy diferentes, luego de recorrer 2000 años, a los de la actualidad: lo popular no cambió demasiado.
Está el insulto, la imprecación sexual, el anuncio sobre una conquista amorosa, la cargada, la declaración romántica, la transcripción de una frase de Virgilio. Todo eso que ocupaba esas paredes podemos encontrarlo hoy, en sustancia, en los baños de Constitución. Extrapolás el lugar y el idioma, y ves que el género mantuvo un estilo. Las ofertas sexuales (no había números de teléfono) o los carteles que ponen los vecinos como “Sr Perro: dígale al animal de su dueño que no cague frente a mi casa”, ya existían en Pompeya a modo de maldiciones para aquel que meara o cagare frente a la puerta del propietario.
Me gusta mantener un paralelo entre la palabra y la imagen, entre la idea y el modo de proyectarla. En el caso de los Grafitos neo-pompeyanos, escribí unos poemas con algo de baja estofa para acompañar a los grafitos, con algún guiño sobre la clase social a la que pertenezco y sobre una Buenos Aires que vive en una nube de pedos. Justamente aparecen figuras como Al pedín, el numen de las acciones inútiles o el Destino, el Absurdo y el Tiempo, personificaciones aplicadas a la imagen del graffiti, como alguien que por diversión o hastío vuelve a dibujar a los dioses en el fondo de una cueva. Supongo que a diferencia de los graffiti actuales quería trabajar con la relación entre el graffiti histórico y el graffiti popular.
Los grafitis son más bien un juego estético: porque los dibujos y los textos aparecen unos sobre otros como ese enjambre que se arma en las paredes de los baños, donde todo se vuelve una suerte de palimpsesto. Me refiero a esos documentos medievales que borraban para volver a aprovechar el cuero y escribir otra cosa arriba; y en donde se ve el fantasma de lo escrito anteriormente y en diferentes capas. Ese caos es una de las cosas que me gusta del graffiti. En el caso de los Grafitos neo-pompeyanos esgrafié con una punta de acero –como se hacía en Roma– la superficie de unos tanques de agua, un texto, un dibujo, otro texto. Luego le di orden al material transcribiendolo por separado, en un informe, como si se tratara de una investigación en un sitio arqueológico.
Grafito neo-pompeyano
Esgrafiado con punta de acero sobre tanque de agua.
© Fotografía Ral Veroni / Bruno Dubner. Buenos Aires, 2008.
Toma directa sobre diapositiva color. Impresión digital 108 x 108 cm
Imagen gentileza Galería Mar Dulce.
Todos somos iguales ante la muerte
En el 90, empecé también a trabajar con grafitis de plantilla [esténcil]. En estos aparecen símbolos que voy a incorporar, con los años, en otros proyectos. Por ejemplo la figura “Pensar en eya”, la imagen de una cabeza con un hueso cruzado a la altura de los ojos. El símbolo representa la idea de la presencia de la muerte en nuestros actos cotidianos. Esos grafitis iban en paralelo con el proyecto de dibujar sobre billetes fuera de circulación, que estaba haciendo por la misma época, donde jugaba con el género de la danza macabra, aquella tradición medieval que le hacía saber al rico, al poderoso, al monarca, al Papa, que todos somos iguales ante la muerte. Había un consuelo por parte del sometido en ese mensaje y había una lección moral, una invitación a la modestia. Me gustó la idea de la danza macabra para aplicar sobre ese dinero que había sido parte de nuestros desvelos hasta la llegada de alguna crisis inflacionaria y que ahora yacía semimuerto, sin valor.
Pensar en Ella
Serigrafía sobre billete fuera de circulación perteneciente a la serie Lucha por la vida
© Ral Veroni. Buenos Aires, 1994. Imagen gentileza Galería Mar Dulce.
Graffiti a domicilio
En los 90 me encontré con problemas para hacer grafitis. Por el tema de la inseguridad los vecinos contrataban guardianes privados porque, según parece, la policía no era suficiente. Muchos de esos guardianes eran mano de obra desocupada, paramilitares que habían quedado ahí, en el limbo que se armó cuando se fue la dictadura. Eran gente pesada, por supuesto. Luego de algunos encuentros desagradables y para evitarme una situación se me ocurrió ofrecer grafitis a domicilio; y para mantener el vinculo con la calle empecé a pintarlos en tanques de agua, aquellos que se podían ver desde la vereda de enfrente, lugares visibles y semi públicos aun cuando los hacia en una propiedad privada. Tiene cierto paralelo con lo que pasa ahora, donde siempre y cuando el vecino esté de acuerdo, le podés pintar la fachada de la casa.
Graffiti de plantilla sobre tanque de agua.
© Ral Veroni. Buenos Aires, 1993.
Imagen gentileza Galería Mar Dulce.
La lucha por la vida
Cuando el dinero comienza a perder su valor simbólico es tradición dibujarle los bigotitos al prócer, o mandar mensajes de amor, cadenas de la suerte, insultos. El dinero recupera entonces su caracter material, se vuelve un pedazo de papel, un anotador de expresiones populares. El circulante se convierte en soporte para otro tipo de comunicación.
Hice varios trabajos con y sobre el dinero, dibujándolo. La serie Lucha por la vida la realicé teniendo presente la hiperinflación del 89. La inflación de entonces era tan acelerada que las cosas iban cambiando de precio a diario, al punto que el comerciante no quería vender por si mañana el precio al que vendía su producto resultaba más barato que lo que le salía reponerlo. Las familias cobraban el sueldo y lo gastaban en comida para asegurarse que la guita les duraba hasta fin de mes, al menos en comida. Varios años después, en 1994, con esos recuerdos en mente empecé a dibujar sobre billetes viejos. Al principio, comencé a dibujar con tinta sobre billetes argentinos que habían sido de mis padres, de mis abuelos y míos propios (billetes que habían perdido su valor antes de poder gastarse). Después me entusiasmé y empecé a dibujar sobre billetes de otras procedencias, como Alemania, Rusia, países latinoamericanos que también sufrieron colapsos económicos y tuvieron que cambiar la moneda varias veces. Los dibujos los pasé a serigrafía para imprimirlos en mayor cantidad, y canjearlos por otros billetes viejos –sin intervenir– para tener material para seguir dibujando. Así los reponía a la circulación. El dinero es un lenguaje universal y este trabajo resulto ser además un juego de memoria colectiva. La gente recordaba su salario en tal empleo o recordaba el billete de la niñez y cuantos caramelos podía adquirir con él.
El Teatrito
Si bien el Teatrito rioplatense de entidades puede ser leído como una segunda versión de La lucha por la vida, tiene sus diferencias porque ahora dibujo ocasionalmente sobre papel en circulación. En el proyecto actual hay personajes determinados, una troupe de “actores” donde participan el Absurdo -como gran director general del mundo-, el Destino, el Tiempo, el Miedo, la Idea de la Nada y otras personificaciones. Estos billetes forman parte de un proyecto más amplio el cual incluye poemas, libros de artista, grafitis y para estar acorde a los tiempos que corren: un blog.
Momento de circunspección entre el Tiempo y el Olvido
Billete de dos pesos dibujado de la serie Teatrito rioplatense de entidades.
© Ral Veroni. Buenos Aires, 2009. Imagen gentileza Galería Mar Dulce.
El clic de la comunicación
Vengo de una familia de artistas pero en cuanto a la imagen siento que mi gran influencia fue mi infancia: el cómic, la televisión, la tapa del álbum de rock. Y cuando pasé por Bellas Artes, me hablaban de Cézanne, de Van Gogh, de Warhol, y para mí eran figuras extranjeras. Mi nacionalidad era mi infancia, con las “presencias” con las que me había criado y que hacían al lenguaje de mi generación. Por ejemplo, cuando daba una de las figuritas de La muestra nómade a un compañero se producía el clic de la comunicación, de una memoria común, donde título e imagen eran suficientes para entregar un mensaje compartido. Ese era, y sigue siendo para mí el lenguaje, algo que uno tiene en común con el otro. Parece una tontería decirlo, decir que el lenguaje es lo que uno tiene en común con el otro, sin embargo, en el lenguaje de las artes plásticas todo es fragmentado, pocas cosas parecen decir lo que aparentan y todo depende de la interpretación del contexto de las piezas que componen la imagen y en esto las situaciónes de claridad ocurren pocas veces. En el caso de La muestra nómade yo sentía que me podía entender con los demás.
Cuando me fui a vivir afuera, sentí que ese lenguaje que poseía no sólo pertenecía a mi generación, sino que además era muy local, rioplatense. Ahí empecé a hacer renegociaciones con el estilo. Pasé de los proyectos populares y comunicativos de arte en la calle a hacer cosas más intimistas y autoreferenciales en forma de libros de artista. Cuando finalmente me radico en Glasgow y pienso que ese va a ser mi lugar de residencia permanente, ahí es que entro en un debate sobre qué hacer en un lugar donde no comparto la misma memoria ni el mismo lenguaje. El lenguaje no es solo el idioma. En Buenos Aires decís “ea ea pepé” y aunque no hayas visto nunca a Carlitos Balá, sabés de lo que se habla o podés averiguarlo en un tris. Entonces empecé a trabajar con símbolos que consideraba universales: la idea del absurdo, del destino, del tiempo, en un intento de compartir con el espectador escocés aquello que nos supera y forma parte de nuestras vidas. Solo que cuando modelé al Tiempo, lo hice como si fuera un ladrón de antifaz y esgrimiendo un martillo. Termine ubicándolo sobre el edificio de la CGT y lo titulé “Tiempo, el primer trabajador”. Un guiño dirigido nuevamente a mis conciudadanos y que solo un voluntarioso académico escocés especializado en peronismo habría podido interpretar. Ahí es donde me di cuenta que siempre iba a estar acompañado por mi lugar de procedencia.
Tiempo, el primer trabajador
Lambda Print de la serie Buenos Aires, 22 x 18 cm.
© Ral Veroni. Glasgow, 2001. Imagen gentileza Galería Mar Dulce.
Podés ver más trabajos de Ral Veroni en: http://www.indeprintent.com/
Para leer la entrevista en inglés (gracias a graffitimundo), hacé clic acá.
En mayo partió la fotógrafa cordobesa Lucía Seguí. Tuve la suerte de conocerla en el Cineclub de Nono, que funcionaba en su casa. Su amigo Ruben De Noia, mi profesor de arquería, me prestó estas postales de sus graffitis cordobeses de los '80, que escaneé para compartir a modo de homenaje.
Desde 2016, Lean registra y publica pintadas callejeras como comentarios de la actualidad: así hace de una cuenta de Instagram las portadas de un diario "personal" al ritmo de la coyuntura.
En la noche del sábado 4 de julio en Constitución, por Virrey Ceballos al 1200 bajo la autopista, quemaron a una mujer dentro de la precaria casilla en la que vivía. No se logró reconocerla pero dicen que se llamaría Julieta. Un grupo anónimo realizó una acción en el lugar para velarla y ver si se puede restituir su nombre.
Atrás de la firma Desorden, se adivina una mano de mujer que convierte la O de la sílaba central en un corazón y combina el tag personal con letras de canciones ajenas. En calles de Uruguay, Chile, Argentina y en su cuenta de Instagram (@desordensenace), podrás ver sobre vidrios y paredes las múltiples aplicaciones de este tag que también muta traducido a otros idiomas. Es lo que pasa cuando el caos se vuelve sensible.
Nicolás Preci nació en 1983 en Buenos Aires. Es fotógrafo, viajero y autor de "Cacheños", una serie de fotos a gran escala de vecinos de Cachi, que pueden verse en las calles de este pueblo salteño desde hace varios meses.
no lo conocía, muy interesante, gracias por la data.
De nada, Make. Qué bueno que te gustó.
Me encantó ! Felicitaciones!
un maestro, gran referente.
los bs as stencil lo admiramos
bien por haberlo elegido
Hola Ral,
Soy una estudiante de doctorado de Londres. Mi tesis investiga el uso de arte callejero por resistencia en Argentina, Bolivia y Brasil. Recientemente, Marina en "graffiti mundo" me dio su página web and sugirió que sería una gran fuente de información.
Voy a ir a Buenos Aires en Septiembre por dos semanas. Tal vez usted esté dispuesto a compartir sus experiencias conmigo?
Agradezco alguna ayuda que pueda ofrecer. (Lo siento por me Español- estoy aprendiendo)
Saludos,
Holly