En las calles porteñas te pueden llegar mensajes de texto desde las pantallas de unos celulares. Son parte de una antología que Alejandro Chuca realizó entre 2006 y 2018, y luego decidió pegar en las paredes: una forma de rebelarse contra la obsolescencia programada, defender el ocio popular, y rescatar epigramas del flujo incesante de comunicaciones.
"Ese celular es un caño"
Usé durante más de 10 años el mismo Nokia 1100 (exactamente desde el 2006, fue mi primer celular) y mientras lo usé todos esos años fui juntando en un archivo de Word los mensajes de textos que más me gustaban. De todo eso saqué mas o menos 30 frases que son un antología de los mejores mensajes de texto que envié o recibí, o que también anoté en los borradores del celular, esta última década de mi vida.
Durante todo ese tiempo la gente cuando veía mi celular reaccionaba siempre muy bien: “¡uh, el de la viborita!”, “ese celular es un caño”, “lo tenía mi abuelo”, “lo tenía yo en el 2004, fue mi primer celular”. Entonces ahí noté que había un afecto positivo frente a ese teléfono. Entonces me pareció una buena imagen icónica para que aparezca en las paredes. A eso le sumé frases, porque lo que más me interesa es el mensaje. Decir algo.
Lo que más me interesa en el mundo es tener tiempo libre
Creo que ese teléfono es una especie de “error del sistema”, por decirlo así de mal, por lo tanto vale la pena empapelar la ciudad con su imagen. ¿Cómo puede ser que un aparato tecnológico en nuestra sociedad contemporánea dure más de 10 años? ¿Cómo puede ser que lo haya dejado de usar por decisión propia y no por que dejó de andar o se rompió? Digo esto porque el Nokia 1100 es una demostración de cómo nos están cogiendo con la obsolescencia programada. A mí lo que más me interesa en el mundo es tener tiempo libre. Y además pensar en cómo es posible una sociedad en donde haya un aumento del ocio por sobre el trabajo. Me parece que lo que demuestra el Nokia 1100 es que es posible desarrollar (hace rato ya) objetos que duren y tengan una eficacia funcional determinante. Esto no solo me preocupa por la cuestión del consumo, eso de que cada tanto tenemos que comprar algo nuevo y en eso invertir plata y por lo tanto tiempo vital que es, recordemos que somos mortales, finito. Sino que para hacer todas esas cosas nuevas, estamos utilizando un montón de energía de trabajo (¿nadie piensa en un ecologismo de nosotros mismos en donde ahorremos nuestra propia energía vital para no derrocharla en giladas?) que se podría ahorrar si no necesitáramos estar produciendo objetos nuevos constantemente, o invertir esas horas (siempre finitas) en otras actividades más piolas. ¿Cuántas horas de trabajo se hubieran ahorrado si todos los teléfonos (o heladeras o hornitos eléctricos o computadoras o lo que sea) durasen 10 años o más?
Eso es lo que me interesa, pensar en reducir los tiempos que dedicamos como sociedad a actividades que no nos producen ningún tipo de desarrollo ni placer al hacerla, como ocurre con el 90% de los trabajos que hacemos hoy en día. Sobre todo teniendo en cuenta que ya están dadas las condiciones objetivas para que eso ocurra, y este celular lo demuestra. Después, claro, está el desarrollo técnico y tecnológico, y el Nokia 1100 no tiene internet y no es necesario que explique lo útil que es tener internet. Pero uso este teléfono como imagen para expresar este concepto: ¿cómo hacemos para tener más tiempo libre dedicando menos tiempo a actividades que se podrían evitar siendo estas prescindibles con otro tipo de organización socio-económica? ¿cómo hacemos para que pasemos más tiempo haciendo actividades que nos la suban, y no que nos la bajen y nos despotencien como ciudadanos, que nos hagan poder menos, como ocurre hoy en día que dedicamos la mayor parte de nuestra vida a actividades de mierda para así sentirnos una cosa, cansada y aburrida?
Obviamente eso es algo que me excede, pero plantar Nokia’s 1100 por la ciudad tiene que ver también con esa apuesta política, con la idea de ver cómo podemos democratizar y popularizar el lujo aristocrático del ocio. Cómo lograr un ingreso popular a la vida aristocrática.
Postear en la calle libera
Empecé a expresarme en la calle porque a veces me aburro de postear (uso FB para difundir mis textos). Sobre todo me aburro mucho de defender mi nombre. De tener que hacer cosas con mi nombre y que sean vistas así y que me den devoluciones, que opinen. Eso me hincha las pelotas. Si bien el teléfono tiene mi firma, cuando lo pegó, me voy y ni me entero si gustó o no. Queda ahí. Y esa desconexión con el público me parece muy liberadora. El anonimato, que es esa forma tan cercana a no existir, a no tener que defender una idea de uno mismo, una imagen social, es lo máximo. Es en lo que pienso cuando pienso en la libertad. Y postear en redes sociales es abismal. Está tu nombre entero, tu foto, tus amigos, algo de tu pasado, es demasiado. Y al segundo ya estás teniendo respuestas y eso a mí, a veces, me limita. En cambio postear en la calle me libera. Lo pego y me voy. Que piensen lo que quieran y no enterarme que opinan me produce aire fresco.
Los mensajes de optimismo fundamentalista inspiran de forma negativa
De lo que conozco de arte urbano de acá, me parece un campion Oscar Brahim. Es un referente, sin duda. Me inspiró banda. Y también me inspiran de forma negativa todos los mensajes de optimismo fundamentalista que hay pegados, sobre todo, en Palermo. Todos esos carteles en imperativo que te obligan a ser feliz. “Viví la vida”, “Amá”, “Cumplí tus sueños”. ¡Váyanse a cagar! ¿Desde cuándo está bueno que te griten que tenés que ser feliz? Si aparte todas las veces que sentí felicidad me enteré que es algo suave. Bien suave. Que ocurre de fondo y es una superficie muy lisa, muy lisa. Y no un grito: eso es la euforia y no tiene nada que ver con ser feliz. Bueno, eso me produce el efecto contrario y me dan ganas de salir a reivindicar el derecho a estar triste. Este verano estuve de viaje y durante un par de días estuve re triste. Pero sentía que no podía, que debía ser un instagram de alegría. ¡Anda a cagar! Pero no, no se puede estar triste tranquilo ni de vacaciones. Déjennos bajonearnos en paz, si existir es oscilar entre la alegría y la tristeza y ningún cartel va a frenar ese movimiento. Así que eso me inspira, hacer lo contrario.
Con estimular un nodo la red entera vibra
Por ahora solo pegué en Parque Chas, Villa Ortuzar, Colegiales y Palermo. Y creo que me voy a seguir moviendo por ahí. No creo que sea necesario pegar por toda la ciudad. Imagino a la ciudad como una red. Es como le pasa a la araña: no necesita que muevan toda la telaraña para que ella se entere que pasó algo. Pienso que no es necesario pegar afiches en toda la ciudad, con estimular un nodo, la red entera vibra. Además la experiencia urbana ya no es una experiencia solo urbana, sino que es mixta, es mitad urbana mitad virtual. A veces hasta pienso que la ciudad se convirtió en el conurbano de internet, en su periferia, porque las miradas están más centradas en las pantallas que en las paredes. Por eso a veces termina siendo más importante la foto, que la experiencia directa. Es raro y nuevo. Pero es el estado actual de las cosas.
El arte urbano es una buena forma de habitar la noche
Generalmente salgo acompañado porque es más fácil. Me ayudó muchísimo eMePeCe, al que le debo todo. Sobre todo la nafta de su motivación soviética. Después también salgo con un amigo, Pato, porque nos gusta andar de noche. El arte urbano es una buena forma de habitar la noche haciendo de cuenta que haces algo “útil”. Y a mí me encanta, me encanta terminar en alguna estación de servicio tomando una gatorade de tropical, comiendo papas fritas, viendo la tv en mute.
Voy a estar subiendo las intervenciones a Instagram @ale.chuca y también a Facebook: Alejandro Chuca, en donde escribo más, y más tranquilo que en Instagram.
Acá por ejemplo hay otra explicación de que por qué estoy haciendo esto:
https://www.facebook.com/alejandro.chuca/posts/10156077001327092
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Hacé tu campaña en los comentarios.
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