Pablo Sztulwark (arquitecto, profesor y ensayista) analiza la memoria urbana como un conjunto de fuerzas vivas que "afectan a un objeto o un espacio y lo transforman en lugar". Desde esa perspectiva, cita dos ejemplos (el Puente Pueyrredón, la Plaza del Alma) y señala al graffiti como una forma de construir memoria que desborda los soportes institucionales.
"Haber tenido lugar es tener un lugar". Gerard Wajczman
Según Robert Musil, no hay nada en el mundo tan invisible como los monumentos. Es cierto que se trata de una provocación, también es cierto que esa provocación es verdadera. Pero, además, se trata de una observación crítica a un modo histórico de construir memoria. Según ese modo, la memoria se objetiva en diversos dispositivos: el monumento es una forma; el museo, el archivo, el documento histórico, son otras tantas formas de la misma objetivación. Así entendida, la memoria es la representación del pasado concentrada en un objeto.
Ahora bien, la concentración de la memoria en un objeto organiza una delegación: los archivos son los responsables de la memoria, la memoria es patrimonio institucional. De esta manera, la memoria —dice el historiador Pierre Norá— pierde toda espontaneidad. Gestionada la delegación, el archivo, el monumento, el museo, el festival, el aniversario, etc., devienen responsables excluyentes y exclusivos del gobierno de la memoria.
Visto de otra manera, la memoria no es ni representación del pasado ni objetivación de lo sucedido ni construcción acabada. Según esta otra mirada, sobre la que intentaré transitar, la memoria es un conjunto de fuerzas heterogéneas, y hasta contradictorias, que afectan, alteran, suplementan un objeto o un espacio y lo transforman en lugar.
Ahora bien, si la memoria es indeterminación viva, no hay dispositivos institucionales que pueden naturalizarla ni soportes establecidos que puedan congelarla. O al menos, las operaciones de naturalización y congelamiento no pueden con ella. Si se quiere, la memoria espontánea, viva, indeterminada, adquiere y construye sus propias formas. Sobre estas otras formas, trataré de pensar a partir de distintas situaciones.
Ahora bien, detengámonos en la ciudad, nuestro sitio de implicación. Si la memoria es monumental, la memoria de la ciudad está concentrada y reducida a unos objetos. En consecuencia, la memoria urbana existe solamente donde fue preestablecida por el urbanista, el funcionario, la institución. Si la memoria no está concentrada en un objeto sino que está hecha de marcas y afectaciones varias (deliberadas o no; programadas o no; contradictorias o no), la memoria urbana es la ciudad misma. En definitiva, las marcas que hacemos y hacen ciudad.
Concebida más allá de los objetos, la memoria urbana no es una objetivación institucional sino una marcación colectiva; no es una construcción terminada sino una configuración en construcción que emerge aquí y allá. Así concebida, la ciudad tiene otra manera de ser vivida.
Si la ciudad es el lugar de la memoria y la memoria no es reducida a monumento, es necesario indagar: ¿qué quiere decir esto? ¿Qué implica esto? ¿A dónde nos conduce esta formulación? Para aclarar esta cuestión, partiré de otro sitio.
En la ciudad contemporánea, afectada por el flujo de capitales, imágenes, personas, información, no hay lugares habitables generadores de sentido. Hasta que los hay. Cuando los hay —como resultado de una intervención— adviene el lugar, adviene la huella material que soporta los sentidos. El lugar, en otras palabras, es el sitio donde el acontecimiento adviene y configura, marca, afecta. La memoria requiere de un lugar donde acontecer porque la memoria es un diálogo complejo e indeterminado entre espacio y tiempo.
[...] Como iremos viendo, no se trata de espacios institucionalmente definidos de una vez y para siempre, sino de lugares en construcción permanente.
Comenzaré por un lugar de nuestra ciudad. Estamos en el Puente Pueyrredón, aunque resta precisar cuándo. Estamos en el Puente Pueyrredón después del asesinato de Kostecki y Santillán a manos de la policía. Después del asesinato, el puente no es el mismo; después del asesinato, transitar este puente no puede ser lo mismo. El puente es otro y sus visitantes también.
[...] Partamos de una distinción que trabajamos con el querido Ignacio Lewkowicz en Arquitectura plus de sentido. Allí distinguíamos entre ciudad de los flujos y situaciones urbanas. No era una mera distinción teórica, era una distinción que nos permitió pensar la existencia de situaciones urbanas en la ciudad de los flujos. También, siguiendo esa misma distinción, la ciudad implica un sentido preestablecido mientras que las situaciones urbanas organizan un sentido, una espacialidad, un plus a pesar del flujo y más allá de lo preestablecido. Algo de este orden acontece con el Puente Pueyrredón. O más precisamente, en el Puente Pueyrredón.
El puente es una marca en la ciudad que dice y nos dice. ¿Qué dice el puente? No lo sé pero no hay dudas de que dice. Y lo dice cada vez que es transitado, ocupado, habitado, convocado. Si no lo creen, prueben.
[...] Un último ejemplo para no abundar. Estamos en París; estamos en una plaza de París llamada Plaza del Alma, según la designación oficial. En esta plaza, hay una base de mármol —larga, dorada, estilizada— que representa la llama de la libertad. Según la placa ubicada en la plaza, esa base es una réplica de la llama que sostiene la estatua de la libertad en Nueva York. Al parecer, la llama representa la libertad y la amistad como valores universales. Hasta aquí, nada memorable; apenas una plaza menor para el recorrido turístico promedio.
Pero las condiciones se alteran y alteran el sentido de la plaza. La Plaza del Alma está construida sobre un túnel y en ese túnel se mata Lady Di. Antes del accidente, la plaza carece de sentido para sus visitantes; después del accidente, la plaza se convierte en la plaza de Lady Di. En poco tiempo, se cubre de graffitis, dibujos, collages, muñecos, postales, cartas... en honor a la princesa trágicamente muerta.
La intervención está hecha. O por lo menos, en proceso. Después del accidente, un conjunto de acciones convierten esa plaza sin marca ni afectación en un lugar poblado de memoria. Es cierto que no se trata de una intervención deliberada, calculada, codificada. Por el contrario, se trata de un conjunto heterogéneo de acciones que marcan, afectan, construyen espacialidad. En definitiva, la construcción de sentido no resulta de una intervención institucionalizada —esa sería la lógica de la plaza oficial, la lógica que arma un sentido preestablecido y cerrado— sino de una variedad de acciones, sin plan entre sí, que construyen lugar. La plaza ya no es una plaza más de París, tampoco es solamente una plaza oficial que presenta la libertad y la amistad como valores universales; la plaza es una construcción colectiva que vuelve habitable lo inhabitable, es un espacio que hace lugar. Lo que, dadas las circunstancias, no es poca cosa.
[...] La Plaza del Alma (o la Plaza de Lady Di) también nos invita a revisar los mecanismos productores de memoria. Si la plaza institucional no generaba afectación alguna, la Plaza —luego de la muerte princesa— abre otro juego de espacios. Como se ve, no se trata de una intervención orientada a la producción de un espacio habitable sino de unas acciones absolutamente contingentes que, a pesar de su contingencia, dan lugar al lugar. La contingencia da lugar al acontecimiento y, lo inhabitable, resulta habitado. En esta situación, la memoria es una construcción de sentido en la contingencia.
¿Qué nos dicen estas situaciones? ¿Qué nos dicen estas situaciones que relanzan el problema de la memoria? Nos dicen muchas cosas pero, sobre todo, redefinen el problema. Ante la pregunta por la ciudad como lugar de la memoria, nos invitan a indagar las situaciones urbanas como generadoras de memoria. Como nos dice Borges: "los ojos ven lo que están acostumbrados a ver". Justamente por eso, es tiempo de indagar estas otras formas de la memoria: más allá del archivo, del monumento, de la plaza oficial; es tiempo de pensar la memoria como eso que está actuando todo el tiempo, como eso que está produciendo y produciéndonos. Más allá de lo monumental, hay situaciones urbanas que producen memoria, que hacen memoria. La tarea es entrenar a nuestro cuerpo en el ejercicio de esta sensibilidad.
Pablo Sztulwark, en el libro Ficciones de lo habitar, Ed. Nobuko, Buenos Aires 2009.
Podés leer el texto completo en: http://foroalfa.org/articulos/ciudad-memoria
Desde La Plata, Luxor Magenta cuenta cómo empezó a hacer sus trabajos de "pintura callejera". Con un estilo reconocible, de colores saturados y figuras anchas de ojos abiertos, sus imágenes nos miran desde paredes, contrafrentes y persianas.
Graffix Oster aparece de maneras bien diferentes en muchas paredes de Córdoba Capital. El nombre se repite, las formas mutan. Cosas de la época, nos conocimos por Facebook (lo propusieron en la última encuesta), vimos fotos de trabajos en sus webs, y le mandamos un par de preguntas. Las respuestas, claras, generosas, dejan entrever años de práctica y formación, y una forma creativa de habitar la ciudad.
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Y si tenés un link de donde leerlo, se agradece.
Witold Gombrowicz nació en Polonia en 1904. Vino a la Argentina en 1939 y la Segunda Guerra Mundial lo dejó en estas tierras hasta el 63. En el medio, tradujo, colectivamente, Ferdydurke al castellano, publicó Transatlántico, Bacacay, Pornografía y llevó unos diarios. Partes de ellos fueron publicados: Diario argentino (Sudamericana, 2001). En este fragmento, se refiere a escribir en los baños de las confiterías.