Desde 1998 hasta hoy, la ciudad entera de Buenos Aires es la galería donde Oscar Brahim elige exponer su obra. Sin vernissages ni catálogos con texto crítico, las intervenciones urbanas de Oscar –él las llama juegos– duran poco y están destinadas a un público fortuito, de ojos bien abiertos.
por Alejandro Güerri
Los collages sobre publicidades y las frases del puente de Córdoba y Juan B. Justo son algunos de sus hitos. Sin embargo, entre medio, Oscar también probó con otras formas de sabotaje artístico para crear nuevos sentidos en la calle.
En 2004, se editó el documental Oscar, dirigido por Sergio Morkin, que le dio a su obra un pico de exposición y reconocimiento. Salir del anonimato casi le cuesta a Oscar que se lo coma el personaje del taxista contestatario que intervenía las publicidades. Pero, al cabo de una charla con él, si algo queda claro es que el tipo vive en estado de búsqueda permanente, escapándole a las etiquetas y a la repetición.
Hablar con Oscar Brahim es entregarse a los vaivenes de su rico anecdotario, oírlo referirse a sí mismo como Oscar y como Óscar (con acento en la á y en la ó, según cuente cosas de la película o de su intimidad), al tiempo que delante de nuestros ojos enhebra un relato sin baches sobre su obra callejera. Sin más, los dejo a solas con él.
El despertar
A mí más que provocar algo en el otro, me gusta despertar. Hacer ingresar algo en vos y debatirte. El despertar tiene que ver con eso: salí de tu lugar de autómata. Del trabajo a la casa, de la casa al trabajo. Si yo puedo colar algo, lo voy a colar porque también eso trabaja conmigo.
En la primera etapa, cuando usaba las publicidades, lo que me gustaba era decir: “¿Qué pasa si vos lo ves de esta manera?”. Siempre me interesó sacarte de tu lugar de autómata, de aceptar la publicidad como viene dada. Ojo, a mí hay publicidades que me parecían muy lindas y ni hacía falta que las tocara porque me gustaban.
Pero ellos jugaban con códigos de ética y moral para presentar una campaña, y yo no. Era alguien out, fuera, que venía de madrugada y se sumaba a lo tuyo para poner una idea ahí. Yo sumaba lo mío, pero no me sumaba a la marca. Utilizaba la ventana de la publicidad, sabiendo que ellos no se podían correr de esos códigos morales, porque si no les daban el bochazo.
Por ejemplo, en la presentación de la campaña del Fiat Palio había dos fotos del auto: una de frente y otra de perfil. En el que estaba de frente puse a Perón (que lo había sacado de un afiche de Suterh) saludando pero sin las manos, y las manos arriba del capot. Es decir, una campaña publicitaria no puede presentar eso, pero yo tenía el papel con una foto tan bien definida que parecía parte de la campaña. Lo que pasa es que no se entendía el grado de morbosidad.
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Desde La Plata, Luxor Magenta cuenta cómo empezó a hacer sus trabajos de "pintura callejera". Con un estilo reconocible, de colores saturados y figuras anchas de ojos abiertos, sus imágenes nos miran desde paredes, contrafrentes y persianas.
Graffix Oster aparece de maneras bien diferentes en muchas paredes de Córdoba Capital. El nombre se repite, las formas mutan. Cosas de la época, nos conocimos por Facebook (lo propusieron en la última encuesta), vimos fotos de trabajos en sus webs, y le mandamos un par de preguntas. Las respuestas, claras, generosas, dejan entrever años de práctica y formación, y una forma creativa de habitar la ciudad.
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Witold Gombrowicz nació en Polonia en 1904. Vino a la Argentina en 1939 y la Segunda Guerra Mundial lo dejó en estas tierras hasta el 63. En el medio, tradujo, colectivamente, Ferdydurke al castellano, publicó Transatlántico, Bacacay, Pornografía y llevó unos diarios. Partes de ellos fueron publicados: Diario argentino (Sudamericana, 2001). En este fragmento, se refiere a escribir en los baños de las confiterías.