En 1981, las plantillas de Blek le Rat empezaban a aparecer en las calles de París. Hoy, este artista francés prepara tres exposiciones de sus esténciles en San Francisco, Londres y París. Con el entusiasmo y la inspiración intactas, sus palabras nos iluminan en esta entrevista exclusiva, donde habla de su carrera, de la transición de artista callejero a las galerías de arte, y... de su visita a Buenos Aires.
Por Laurent Jacobi, desde Francia.
laurent.jacobi[arroba]gmail.com
Fotos: Blek le Rat
¿Cómo fueron tus comienzos?
Estudié Bellas Artes y Arquitectura en París. En el marco de mi graduación, en los años 80, trabajaba con adolescentes en solares abandonados alrededor de espacios llamados "libres". Un día, los niños pintaron un graffiti en nuestra cabaña. Una buena idea. Un verdadero disparador. Con mi amigo Gerard, nos dijimos: "vamos a hacer lo mismo" en las paredes de París... Compramos pintura para carrocería de autos y nos fuimos al barrio 14. Hice una especie de graffiti inspirado en los modelos americanos. No era muy terrible, si no recuerdo mal.
¿Habías visto algo así antes?
Sí, claro. En 1971, durante un viaje a Nueva York, me quedé muy impresionado por los dibujos en el metro. En los 80, todavía eso seguía dando vueltas en mi memoria, algo estaba en gestación. Y si voy más atrás en el tiempo, de joven, durante un viaje a Italia, había visto en las paredes vestigios de esténciles fascistas. A pesar del tema, me encontré con estas plantillas hermosas. Y además, claro, la influencia de las pintadas políticas en la Argelia francesa o en mayo del 68.
El graffiti está en todas partes: en Roma, Pompeya o el Partenón. Es una forma de arte que siempre ha existido, un fenómeno social que permite pasar de la expresión individual a lo colectivo. Uno puede decir todo, su amor o su odio.
Tu carrera comienza con la llegada de la izquierda francesa al poder…
Sí, pero no puedo decir que me sentí muy apoyado... Yo hice una gira por Francia en una 4L y eso me dio notoriedad en la prensa. Incluso, en 1983, publicaron un artículo en Télérama. Durante los 80 y los 90, el graffiti explotó. Había por todas partes. Una verdadera aplanadora. No quedaba un milímetro de pared libre, había tags por todos lados.
¿Cuáles son las influencias de tu trabajo?
A nivel conceptual, somos una prolongación del Pop Art. El trabajo del inglés David Hockney me marcó bastante. En 1972 o 1973, vi una exposición suya y quedé fascinado por sus dibujos con crayones de colores. En A Bigger Splash, una película que vi 5 o 6 veces, se lo ve pintar un personaje de tamaño natural en las paredes de un departamento en Londres. Eso me pareció magnífico.
Y también Richard Ambleton. En 1983, estuvo en París donde pintó unos personajes de 2 metros de altura: unas sombras hermosas. En ese momento, yo hacía las ratas pequeñas y decidí probar con un tamaño mayor.
¿Y qué nos podés decir de tu técnica?
Desde el principio, trabajé con esténciles. Si se excluyen los graffiti políticos, soy el primero que los usó para una obra de arte. No hay azar. La imagen es limpia y hermosa. La preparás en tu estudio y podés reproducirla indefinidamente. No soy lo suficientemente bueno como para trabajar a mano alzada. La plantilla es una técnica muy apropiada para la calle porque es rápida. No tenés la angustia de que te agarre la policía.
¿La idea del riesgo condicionó tu forma de trabajar?
No, en absoluto. A principios de los años 80, la policía no decía nada. Me preguntaban si era algo político. Yo respondía: "es arte" y eso era todo. Los problemas comenzaron con los tags. En un primer momento, la policía pensaba que eran sectarios... La represión vino después, cuando se dieron cuenta de que eran sólo personas que escribían sus nombres. Ahí también empezaron los problemas con la policía para mí. Me atacaron en Nueva York y terminé en la corte criminal de París...
Nunca fue placentero trabajar en la calle. Soy paranoico e intranquilo. Hoy en día, incluso cuando pido permiso, siempre estoy un poco asustado.
¿Volvés a ver cómo quedó lo que hiciste?
Sistemáticamente. Saco fotos, hablo con la gente, observo sus reacciones sin decir que soy el autor. Es lo más agradable del graffiti: un momento de verdadera felicidad.
¿Qué te gusta provocar en el espectador?
Placer, antes que todo. No me interesa agredir a la gente. Mis imágenes son frescas y visibles para todos. Quiero que me amen, no que me odien.
¿Cómo está considerado el graffiti hoy día?
En Francia, un graffitero sigue siendo un vándalo. Siempre hubo algunas galerías, pero marginales. En Inglaterra, en Estados Unidos o en Australia, el apoyo de los medios de comunicación, la política y el mercado del arte son mucho más fuertes. Por mi parte, soy mucho más conocido en el extranjero que en mi país.
¿Qué te interesa hoy del graffiti?
Después de períodos de plantillas, tags y graffiti, estamos en una fase de intervenciones en espacios urbanos. Me gusta, por ejemplo, Space Invaders, Jerome Mesnager, Costa o Zeus con sus intervenciones de carteles. En Francia, por desgracia, es bastante pobre. Nos falta imaginación y creatividad. Somos lentos y nos lleva asimilar algo nuevo. Tenés que ir a Londres, a Australia o a China, para ver cosas realmente diferentes e innovadoras. Pienso en un estadounidense que hace moldes con cinta scotch que pone en la ciudad. También hay un inglés que hace personajes pequeños y los mete en situaciones dentro del espacio público.
¿Sos consciente de haber tenido una influencia sobre el graffiti?
Sí. Desde el comienzo, vi a muchos que estaban interesados en mis plantillas. Eso se tranquilizó hasta que Banksy volvió a poner de moda esa forma artística.
Recibo muchos e-mails, casi 40 o 50 por semana, donde me preguntan acerca de mi técnica o me piden un consejo sobre creatividad. Eso me da placer e intento ser amable. A los sesenta, soy como un abuelo. De hecho, me llaman el Padrino del esténcil...
¿Qué sabés de la Argentina?
En 2006, me contactaron para un documental y estuve 10 días en Buenos Aires. Llegué en diciembre y me quedé en lo de una señora mayor de clase media, que murió tiempo después. La arquitectura es muy europea. Tuve la impresión de haber hecho un viaje en el tiempo. Era como mi juventud en Europa.
Pinté barcos abandonados en La Boca. También intervine un terreno baldío entre dos inmuebles habitados por una pareja y unos perros. Ellos habían acumulado miles de cosas recuperadas de la basura y yo añadí un personaje encima. También pegué afiches en Palermo. Y, sobre todo, tuve muchos problemas...
¿De qué tipo?
En Palermo, precisamente, una mujer se molestó y despegó todos mis carteles. Un domingo a la mañana, fui denunciado por la gente del barrio y me arrestó la policía. Me llevaron a una comisaría, tomaron mi pasaporte y me interrogaron. No me creían que yo no hablaba español y pasé un día entero en la cárcel...
¿Qué notaste en los graffiti de Buenos Aires?
Son mucho más políticos, con mensajes muy específicos. Es el mismo caso que en la Ciudad de México, donde hice también un Víctor Hugo enorme en una casa que pertenecía a unos trotskistas.
¿Hay un discurso político en tu obra?
En el caso de Víctor Hugo, por supuesto. Pero no tengo el discurso político de la izquierda o la derecha. Hice un David que lleva un rifle Kalashnikov, lo cual me metió en problemas. Sólo estaba diciendo "no quiero la guerra entre Israel y Palestina", si no el derecho de los palestinos a un Estado y de ir y venir libremente y, por otro lado, el derecho de Israel de estar en paz.
¿En qué estás trabajando ahora?
Se cumplen los 30 años de le Rat. Estoy trabajando en tres exposiciones para 2011-12, que se harán en San Francisco, Londres y París. Estoy preparando los cuadros. Habrá una mezcla de personajes antiguos y nuevos.
¿Creés que le Rat ha evolucionado?
No, es siempre el mismo. Sólo que envejece mucho... Tengo sesenta años. Mi historia está hecha. Espero parar un día porque estoy un poco cansado. Marcel Duchamp abandonó su carrera para jugar al ajedrez hasta el final de su vida. Es sólo una cuestión de dinero. Los artistas no tenemos jubilación…
¿Cómo es tu forma de trabajo ahora?
Pido permiso y autorización antes de invertir en una pared. Trabajo con galerías de Los Ángeles y San Francisco, que reciben pedidos de personas, instituciones o marcas. Ahora creo imágenes en función de los lugares disponibles. Y sigo trabajando "ilegalmente", pero ya no más en París. No me gusta esta ciudad.
¿Un consejo para alguien que recién empieza?
Tengo un hijo de 18 años, a quien le dije: "nunca seas artista, es muy duro". La vida de un artista no está hecha de amor, de creatividad y de agua fresca. Hay que conocer ciertas recetas. Uno tiene que saber cómo funciona el mercado del arte. También hay que hablarle al público, halagarlo, darle cosas comprensibles. El mercado del arte es una cocina muy similar a la bolsa de valores. Yo aprendí trabajando. El arte es un negocio verdadero y complejo, con reglas y leyes, formas de exposición y de poner en valor el trabajo de uno para obtener un valor de mercado. Pero no era conciente de eso cuando empecé.
En tus comienzos, ¿pensabas en vivir de tu arte?
La verdad, no. Yo era muy consciente de que esta es una nueva forma de arte, una expresión diferente. No sabíamos cómo se iba a desarrollar, pero sí nos dimos cuenta de que traíamos una novedad. Nunca pensé que iba a vivir de esto y que sería reconocido en Estados Unidos, o en Inglaterra gracias a Banksy... Yo veía la ruptura: pintar en tu propio estudio y exhibir en una galería ya no era el futuro. Fue una transición. El arte devino público, ya no está reservado a una elite. Hay una verdadera democratización. De hecho, no hay ninguna contradicción entre un trabajo expuesto en una galería y otro gratuito hecho en la calle.
¿Cómo manejás el hecho de que el arte callejero es efímero?
Es efímero y, sin embargo, la huella que se deja es importante. No queda nada de los años 80. Por ejemplo, los graffiti de Keith Haring han desaparecido y ya no son palpables. Al principio, yo no hacía cuadros y ni siquiera sacaba fotos de mis plantillas. Nunca me imaginé que lo que hago, iba a ser considerado una obra. Es triste porque parte de mi vida se perdió y es bueno dejar un recuerdo de nuestro paso. Sí, conservé algunas plantillas. El único medio de trabajar es sobre soportes, tela, pedazos de maderas. Empecé a tomar fotos cuando sentí la consistencia de lo que hacía. Durante 20 años, he dejado cuadros y obras en casas de coleccionistas, y allí se mantendrán.
¿Cuándo empezaste a sentir que creabas una obra?
Es horrible decirlo, pero recién me di cuenta cuando la gente me ofreció dinero. Mi trabajo ha tenido un valor diferente. Cuando se vendió en Christie's o en Sotheby's por 40.000 dólares, algo pasó, la dimensión cambió. Especialmente, para las personas que no consideraban el graffiti como una forma de arte en sí mismo.
Es triste, pero todo tiene un precio. Al principio, yo tenía un discurso: quería estar fuera del sistema, engañar al mercado del arte. De hecho, es imposible. Nunca salís del sistema, no podés escaparle si querés vivir. A los sesenta, ya no quiero engañar a nadie. Yo no hago la revolución. Entendí que no voy a cambiar el mundo. Sin embargo, sigo trabajando de forma gratuita en la calle. Doy acceso a imágenes que la gente no suele ver en los museos. Es el arte de la esquina de la calle. Es el regalo que le hago al mundo.
Para leer la entrevista en francés, hacé clic acá.
Para leer la entrevista en inglés, clic acá.
Si querés ver más imágenes de Blek le Rat:
Nazza Stencil o Nazza Plantilla es de La Matanza, Provincia de Buenos Aires, pero sus intervenciones pueden verse por varias ciudades de Argentina y del mundo. A partir de algunas preguntas que le hicimos, compartimos su visión sobre algunos aspectos de las intervenciones en la calle.
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Cuando coleccionás grafitis (supongo que pasa con cualquier cosa que colecciones), no podés dejar de notarlos. Además de que abundan. Creo que, más allá de la obsesión, en la ciudad no hay una sola cuadra sin marcas: aunque sea una firma, un dibujito, un mensaje, fijate bien, porque en algún lugar están.
Desde 1998 hasta hoy, la ciudad entera de Buenos Aires es la galería donde Oscar Brahim elige exponer su obra. Sin vernissages ni catálogos con texto crítico, las intervenciones urbanas de Oscar –él las llama juegos– duran poco y están destinadas a un público fortuito, de ojos bien abiertos.
Sigue la saga del baño. Ahora con un poema del escritor brasileño, José Paulo Paes (1926-1998), inspirado en aquel viejo refrán de "en este lugar sagrado". Una reflexión sobre lo que hacemos puertas adentro del toilette.