Lunes 16 de Septiembre de 2013

El pasaje hip-hopero

El pasaje hip-hopero

El pasaje de la calle Superí, en el barrio de Belgrano, es conocido porque, desde hace años, sus paredes viven pintadas con grafitis hip-hoperos. Una visita nocturna a esta galería espontánea es la llave que abre una red de asociaciones con el tiempo como eje central. 


por Alejandro Güerri

I.
Hará cosa de un mes, mi vida dio un vuelco inesperado. En algún sentido, algo muy similar a cuando se murió un amigo dos años atrás. Por eso no me extrañó encontrarme una noche de estas caminando hacia el lado del pasaje que está en Superí y Mendoza, debajo de las vías del tren. Ahí mismo, una madrugada triste de 2011, con otro amigo vivo y un aerosol escribimos esta despedida.

Chau, Roco!

Un rasgo peculiar de este pasaje de 50 metros de largo con dos niveles, es que históricamente sus paredes están pintadas con grafitis hip-hoperos, esos que son letras gordas coloridas con el nombre de una bandita (léase, crew), varias firmas de los tipos que la integran perdidas en la esquina de una letra, y algún que otro dibujito animado (real o no) a escala humana. No por nada Dante y Emanero, dos raperos argentinos de generaciones distantes, grabaron en este pasaje que une Superí con Olazábal los videos de “Olvídalo” y “Más tenemos, más queremos”.
 

II.
El afán de permanencia nos lleva a echar de menos cualquier modificación que se produzca a nuestro alrededor, desde los cambios climáticos hasta las buenas costumbres, y le otorga valor al paisaje en función del primer recuerdo que tiene de él, a tal punto que lo convierte en la imagen original. En cambio, el afán de cambio ve signos de progreso en toda variante que introduzca algo nuevo, un corte de manga al pasado con algo de paso bailable. El espíritu que inspiran estas palabras sobre el pasaje hip-hopero de Superí está en un punto medio entre ambos extremos, si eso es posible.

Además de un pedazo de papel que te acredita para viajar de un punto a otro del mapa, el pasaje es una transición entre dos estados-mundos, como un puente menos exhibicionista que no se expone a la mirada de todos. Y este en particular une Superí con Olazábal, ancho afluente que primero atraviesa Melián y después sigue su ruta hasta Villa Urquiza y más allá.
 

 

III.
Esto lo ha dicho mejor gente mucho más instruida y/o experimentada que uno: siempre estamos en tránsito hacia otra cosa [1]. Con los años el espejo nos regala imágenes distintas, las creencias mutan, los pelos caen o se encanecen, y los sentimientos nacen, crecen y mueren para volver a nacer. Es así. Esta aceptación de lo efímero y mudable que ocurre en la triple c que somos (cuerpo, cabeza y corazón) no siempre aplica cuando eso mismo tiene lugar en la ciudad. Según se argumenta en diarios, libros y revistas que abordan el asunto, parecería ser que el rechazo a los grafitis proviene de una defensa acérrima de la propiedad privada y del repudio a los vándalos que los pintan y sin embargo (este es el momento donde una idea se une con la otra) quizás no sea más que una negación a la idea del cambio. La pared que hasta ayer no estaba escrita o pintada, hoy debería seguir igual. Y mañana. Y pasado.

IV.
Lo que pasó esa noche (la del paseo trasnochado del comienzo) fue, en términos objetivos, obra de los tiempos eleccionarios y, en términos subjetivos, un mensaje cargado de simbolismo. Había ido intencionalmente al pasaje para sacar fotos, porque si algo caracteriza a este largo mural escondido es que las pintadas se renuevan, se superponen y nunca nada es lo mismo. Entonces, cuando doblo por Mendoza para agarrar Superí, veo que la zona está en obra y que el acceso al pasaje está cerrado al peatón y al tránsito con una intrincada jaula de andamios (estaban, o están, construyendo un paso a nivel sobre las vías del ferrocarril). Y fue en ese momento, al encontrar irreconocible ese lugar tan querido del barrio, que sentí una correspondencia entre el mundo exterior y el interior.

Si las personas cambiamos constantemente, si lo que acordamos en llamar realidad también se modifica (a veces, incluso contra la voluntad de uno), ¿por qué pretender que la ciudad permanezca fija? ¿O una pared equis en un barrio cualquiera? ¿O una pintada? Me filtré entre las rejas de los andamios para volver a ver el pasaje (quizás por última vez en ese estado), sacar fotos y empezar a escribir esto con la intención superflua de todo lo que nace para durar.  

 

 


[1] Dicho sea de paso, el pasaje es un paisaje al que la literatura y la crítica le han cobrado su peaje, desde que Walter Benjamin se ocupó del tema en El libro de los pasajes, concentrado en los de París. Y hay también ese libro, Los ignorados pasajes de Buenos Aires, de Eduardo Luis Balbachan que los recopila.

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Comentarios
Bárbara Inés
17/09/2013
16:34

Cuando empecé a leer la segunda parte se me apareció el inicio de "El alpeh": "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita."
No tiene mucho que ver, pero sí algo, no?
Me gustó mucho este texto. Saludos!

Bárbara Inés
17/09/2013
16:36

Donde dice "El alpeh" debería decir "El aleph" (está difícil escribir con guantes...)

Julian
Julian
18/09/2013
09:50

Lo interior, lo exterior, cuál es la diferencia?

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